XXI Domingo tiempo ordinario / A / 2020

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical


Lectura Espiritu
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Quizá sea lícito afirmar que, después de los Evangelios, el libro más a propósito para orar es el salterio. Y es que el deseo de Dios al dejarnos estos cantos fue, precisamente, que aprendiéramos a orar con Él. Lo asegura el Magisterio eclesiástico: «El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre». Algo así como si Dios, sabedor de nuestra indigencia, nos hubiera dicho: siendo como eres pequeño e ignorante, te diré que palabras debes decirme, a fin de que tu oración discurra rectamente.

Para orar con los salmos podemos emplear idéntico sistema que para cualquier pasaje de la Escritura. Sin embargo hemos de saber ubicarlos en su concepto cristológico: Jesús es la gran clave de lectura de los salmos. En los salmos se habla de Cristo. El mismo Señor, luego de haber resucitado, se aplicó a sí los salmos cuando dijo a los discípulos: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los profetas y en los salmos acerca de mí. Los Padres añaden que en los salmos se habla de Cristo, o incluso es Cristo mismo quien habla. Al decir esto no pensaban solamente en la persona individual de Jesús, sino en el Christus totus, en el Cristo total, formado por Cristo cabeza y miembros.

San Romualdo, fundador de la Camáldula, en el alba del segundo milenio, llegó a sostener que los salmos son el único camino para hacer una oración realmente profunda. Con esta afirmación, a primera vista exagerada, en realidad se remontaba a la mejor tradición de los primeros siglos cristianos, cuando el Salterio se había convertido en el libro por excelencia de la oración eclesial. Esta fue la opción decisiva frente a las tendencias heréticas que continuamente se cernían sobre la unidad de la fe y la comunión. Los antiguos monjes estaban tan seguros de esta verdad que no se preocupaban por cantar los salmos en su lengua materna, pues les bastaba la convicción de que eran, de algún modo, órganos del Espíritu Santo, convencidos que por su fe los versículos del salmo les proporcionaban una energía particular del Espíritu Santo.

También ahora nosotros, al orar con los salmos, nos sabremos portadores, voceros de nuestros hermanos los hombres, incluidos aquellos que no rezan o que están en una situación de grave pecado. Al rezarlos, prestamos nuestra voz a toda la creación, alabamos a Dios y solicitamos su gracia y su misericordia, no tan solo para nosotros sino para toda la humanidad. Muchos de los textos que Dios ha puesto en nuestros labios pueden referirse a una persona determinada sometida a alguna prueba especialmente dura. Otros textos encontrarán su aplicación plena en el caso de pecadores que, habiendo perdido la gracia santificante, no pueden volverse a Dios a menos que Él les dé su auxilio. Muchos salmos, especialmente los penitenciales, los rezaremos, sí, esperando para nuestro propio remedio esas gracias de misericordia, pero también para aquellos que no elevan su voz para pedirla.

Por último, diremos que la oración con los salmos se manifiesta imprescindible cuando Dios se nos oculta y nos hace transitar por prolongados desiertos. Esconde también ante nuestra vista el fruto de la plegaria, y aun así hemos de continuar avanzando por la fe. Es cierto que muchas veces hallaremos respuestas en la vida de oración, pero antes o después llegará la hora en que parezca que nuestras oraciones han perdido todo sentido. Con los salmos estamos seguros que la música es grata a los oídos divinos, aunque a nosotros nos parezca carente de gracia y viveza.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental