XVII Domingo tiempo ordinario / A / 2020

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

Lectura Espiritual

La gran maestra del trato cálido, confiado e inmediato con la Santa Humanidad de Cristo es Teresa de Ávila. Ella fue la primera mujer en la historia de la Iglesia que recibió el título de Doctora, y la razón de tan alto título habría que buscarla en su doctrina sobre la oración. Ella evita teorías y especulaciones; no sabe hablar sino de lo que vive. Propone una pedagogía oracional que llama su modo de rezar, y lo sintetiza con el nombre de recogimiento. Para recogerse,

  • Primero hay que entrar en sí mismo,
  • Evitar las complicaciones interiores (no soy digno, se trata de meras imaginaciones, es cuestión de gente especial…),
  • Apoyarse en actos simples (mirar, admirar, callar, dejarse mirar por los ojos de Cristo, traerle siempre consigo, acompañarle… habla con Él, quéjate a Él de tus trabajos, dile lo que traiga el corazón, represéntate a Cristo delante de ti, alégrate de estar con Él…). Es el camino hacia la contemplación.

Guardini explicaba el proceso de manera bastante parecida: «El primer paso en la oración es el recogimiento; el segundo caer en cuenta de la presencia de Dios y de nuestra condición de creatura en Él; el tercero es la búsqueda de su santo rostro. El hombre que ora se esfuerza en hacerse plenamente consciente de que Dios, no es solamente el Señor universal, sino el Tú viviente, ante el que está presente el hombre cuando ora.»

Teresa se ejercita largamente en este modo de orar que le lleva a vivir de modo pleno la realidad de la fe. Se trata de convivir con Jesús, estando ella realmente ahí, en la verdad del cristo presente, en su vida y sus misterios: su flagelación, el encuentro con la Samaritana o con la Magdalena, la soledad del desierto, la crucifixión, la presencia eucarística…

Pero no se trata solo de una mera ‘composición de lugar’, algo así como el escenario que brota de la creatividad de un director de cine, se trata de hacer propio, en el propio interior, ese pasaje de la vida de Jesús o ese encuentro recién inaugurado  ̶ recién inventado ̶ , porque estamos viviéndolo, mirándolo dentro o junto a nosotros, con la imaginación dándole color y espesura, con amorosa atención y con el obsequio de nuestra inteligencia. Como si una corriente vital fluyera por dentro llevando a venas y arterias, como la savia de las plantas, la nueva situación a la que arribamos.

Con esta táctica que a muchos les parecería ingenua y elemental, casi infantil, Teresa recibe no solo el gozo de participar en los acontecimientos externos de la vida del Señor, sino que también percibe sus sentimientos interiores, el contenido del Corazón de Jesús. Luego  ̶ y aquí debemos poner particular énfasis ̶ , con un movimiento en sentido contrario, intenta apoderarse de Cristo y traerlo al momento y al lugar donde ella se encuentra, en las pequeñeces de su acontecer cotidiano, con una permanente presencia del Resucitado a su vera, conviviendo con Él. Empapando toda actividad con la fe y el amor pues  ̶ decía ella ̶  el verdadero amante en toda parte ama y se acuerda del amado. ¡Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiera traer oración!

Estas prácticas reciben pronto la respuesta divina: hay una percepción experimental; la realidad de Jesús se convertirá en oración permanente: Teresa lo percibe junto a ella, a su lado derecho, como un testigo, como el amigo inevitable, en la suavidad de su Humanidad Santísima. Es la gran maestra en la relación cálida, cercana, íntima, del alma orante con la Santísima Humanidad de Jesús.

Cristo-Hombre, o la condición humana de nuestro Dios ha de ser para nosotros el hallazgo fundamental. Es la gracia del encuentro personal con Jesús vivo, que viene desafiando el tiempo y la corporeidad, permitiéndonos vivir con Él, reduciendo a presente, pasado y futuro, haciéndosenos íntimo, arremetiendo contra las manera de tratarlo con fe distante, vaporosa. Jesús, en su condición humana es presencia y proximidad más real, viva y verdadera de lo que pueden serlo los amigos con quienes tratamos. Entonces la contemplación acabará por resultarnos, como a Teresa, no solo el único camino, sino también el más entrañable.

La contemplación es un don, una gracia. Teresa nos enseña su modo de disponerse. Nosotros podemos hacerlo igual, con el ejercicio de las virtudes teologales, con la apertura del corazón a la verdad del Señor presente. Pero la experiencia de este modo de orar vendrá solo cuando a Dios le parezca oportuno concedérnosla. Es la oración más sencilla, al tiempo que la más unitiva, la más deleitable.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental