V Domingo de PASCUA / A / 2020

Leer la Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical

 

 

Lectura Espiritual

La primera palabra que pronuncia Dios es su palabra creadora. Él ha dejado su naturaleza vestida de su hermosura, y también de su sabiduría y de su poder. Ejercitémonos en acoger este modo de Presencia divina, aprendiendo a orar con la realidad creada. Lo invisible de Dios, su eterno poder, nos ha sido manifestado por las cosas visibles.

La racionalidad del mundo sería inexplicable sin un Sujeto eterno; «todas las cosas tenderían a la nada, en virtud de su esencia, si no estuvieran gobernadas por Dios». El orante ha de interconectar con las creaturas «preguntándoles por su Amado»: ¡Oh bosques y espesuras / plantadas por la mano del Amado! / ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado/, / decid si por vosotros ha pasado!

San Juan de la Cruz solía llevar a sus discípulos al campo, para que oraran ahí. Modo inicial, si se quiere, este de «caminar por la consideración y conocimiento de la criaturas al conocimiento de su Amado, Criador de ellas. Porque, después del ejercicio del conocimiento propio, esta consideración de las criaturas es la primera por orden en este camino espiritual para ir conociendo a Dios, considerando su grandeza y excelencia por ellas». Dios lleva al hombre al modo del hombre, y el conocimiento empieza por el sentido.

Esto es particularmente urgente en la época actual, en la que el hombre vive inmerso en una jungla de asfalto y esclavizado por los fantasmas virtuales que él mismo se ha creado. Los que no saben nada de Dios, y son gran número, podrían presentirlo, sin embargo, en la naturaleza, si la miraran con ojos libres de ataduras utilitarias, en su gratitud insólita.

El verdadero milagro, decía Wittgenstein, es que las cosas sean. El cosmos  ̶ palabra que para los antiguos griegos significa a la vez orden y ornato ̶  da testimonio de una Inteligencia activa, de la que nuestra inteligencia advierte esas obras como antítesis del caos, que significa desorden.

De no orar con su entorno, el hombre no solo desconocería a Dios, sino que incluso no se entendería a sí mismo. ¿Cómo se explicaría, si no, su innegable grandeza y perfección?

Hace falta, pues, ejercitar la capacidad de asignar a cada realidad una flecha que señale la dirección hacia la Verdad divina, o hacia su Bondad, o hacia su Hermosura, o todo reunido. San Francisco de Asís, dirigiéndose a un pequeño árbol, le decía: «Hermano almendro, háblame de Dios».

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental