Sagrada Familia

Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical


Lectura espiritual

Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? (Jn 8,10)

Jesús ha venido a traer una revolución radical de las relaciones entre Dios y el ser humano, y trastorna el tradicional orden de eje vertical, basado en jerarquías de poder: sobre todo un Dios juez y castigador que temer, por debajo de él hombres de religión que extienden ese poder sobre los demás, que a su vez lo ejercen sobre otros, más débiles que ellos, en una cadena infinita de poderes cada vez más mezquinos.

“¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno” Jesús sabe que para bloquear el mecanismo perverso no hay nada más que hacer que vaciar a Dios mismo de su poder. Para esto ha venido.

Un Dios desnudo, en cruz, que perdona, que no mutila a nadie, se mutila a sí mismo, será el gesto desconcertante y necesario para desconectar la mecha de las infinitas bombas sobre las que se asienta la humanidad.

No el Dios todo-poderoso, sino el abba omni-amante. No el dedo que apunta, sino el que escribe sobre la piedra del corazón: yo te amo.

“Vete y no peques más”. Resuenan las cinco palabras que bastan para cambiar una vida. Los otros matan, el indica pasos; los otros cubren de piedras, él enseña senderos. De ahora en adelante… no importa lo que queda detrás, lo que ahora importa es tu futuro. Mañana importa más el bien posible que el mal mayor.

Dios perdona no como un desmemoriado sino como un libertador. Muchas personas viven como en una reclusión interior, aplastadas por sentimientos de culpa a causa de errores pasados. Jesús abre las puertas de nuestras prisiones. Él sabe perfectamente que solo hombres y mujeres liberados y perdonados pueden llevar al mundo libertad y paz.

A aquella mujer le dice: Vete, sal de tu pasado, vete hacia lo nuevo, y lleva el mismo amor, el mismo perdón, a todo el que encuentres. Tú no eres la adúltera de esta noche, sino la mujer que de ahora en adelante es capaz todavía de amar, de amar mucho, de amar bien.

Felix culpa, que ha servido para conocer más en profundidad el corazón de Dios. Yo creo que el paraíso no está lleno de santos, sino de adúlteras perdonadas y de pecadores perdonados. De gente como yo, como nosotros.

El amor auténtico es aquel que te urge a volverte lo mejor de aquello que puedes ser. Saca de la larva que creía ser, la mariposa que soy.

Jesús sabe que el hombre no equivale a su pecado. Para él, el bien posible de mañana es más importante que el mal de hoy. A él no le interesa el pasado; es el Dios del futuro, del mar abierto, del trigo que madura dulce y tenazmente al sol.

El trigo vale más que la cizaña, el bien pesa más que el mal. La luz es más importante que la oscuridad. Una espiga de trigo vale más que las malas hierbas del campo.

“¿Dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?”. Las palabras de Jesús y sus gestos tienen el efecto inesperado de romper el esquema buenos/malos, culpables/inocentes. Nadie permanece inocente, todos volvemos a serlo.

“Tampoco yo te condeno”. Jesús, con la misericordia, nos conduce más allá de las barreras y los esquemas de la ética, como hace la oración. La oración intercede por todos, por Abel y por Caín, por las víctimas e incluso por los verdugos (los seis monjes trapenses, mártires de Tibhirine rezaban: “Señor, desármalos y desármanos”).

Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del evangelio