Domingo II Cuaresma / B / 2018

 

Leer la Hoja Dominical





Lectura espiritual

Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (Jn 21,16)

A la orilla del lago Jesús formula tres preguntas, distintas cada vez, como tres etapas a través de las cuales se acerca paso a paso a Pedro, a su medida, a su entusiasmo que se vuelve frágil. Imaginémonos a Jesús que hace la pregunta, con su mirada a la altura de los ojos y del corazón.

Primera pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Jesús usa el verbo del ágape el verbo del amor grande, del máximo posible, de la confrontación vencedora de todo y de todos. Del corazón rico que va en busca de la pobreza de otros para colmarla.

Pedro responde solo en parte, evita la confrontación con los demás, y evitando también el verbo de Jesús, adopta el término humilde de la amistad: phileo. No se atreve a afirmar que ama, y sobre todo más que los otros; un velo de sombra sobre sus palabras, el recuerdo del otro fuego le hace decir: Ciertamente, Señor, ¡tú sabes que soy tu amigo!

Segunda pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas (agapâs me)?”. Ya no importan las confrontaciones, el no medirte con los otros; cada uno tiene su medida. Pero, ¿hay amor, amor verdadero? ¿Amor para mí?

¿Qué es el amor? Tú lo sabes: Si te has enamorado alguna vez, sabes distinguir la vida de la supervivencia. Si el amado está junto a ti, todo resurge y la vida te inunda con tal fuerza que retienes el vaso de arcilla de tu fragilidad, incapaz para sostenerla. Este desbordamiento de vida es el amor. Y la única pregustación del reino.

Cuando el amor existe, no te puedes equivocar, y es evidente, solar, indiscutible. Pero, como antes, Pedro evita los términos precisos de la pregunta; en lugar de hablar de amor habla de amistad (philô se).

Es como si solamente Jesús pudiese usar el gran verbo amar (agapao), el que es el amor mismo. Nosotros no. Esa palabra nos hace temblar. Y Pedro responde una vez más en nuestro humilde verbo, el más tranquilizador, humano y cercano que conocemos perfectamente; se aferra a la amistad y dice: “Señor, ya sabes que soy tu amigo”.

Tercera pregunta: Jesús reduce aún más sus exigencias, se acerca a Pedro. El Creador se hace a imagen de la criatura y empieza a emplear nuestros términos, a usar nuestros verbos, y dice: “Simón, hijo de Juan ¿me quieres?, ¿eres mi amigo?”.

Si el amor es demasiado, al menos el afecto; si el amor te da miedo, al menos la amistad. “Pedro, ¿puedo Jesús demuestra su amor rebajando por tres veces las exigencias del amor, hasta que las exigencias de Pedro, su cansancio, su tristeza, se vuelven más importantes que las exigencias mismas de Jesús.

No es la perfección lo que él busca en mí, sino la autenticidad. No me esforzaré en ser perfecto sino en ser auténtico y no hipócrita. No estamos en el mundo para ser inmaculados, sino para ser encaminados.

Y Jesús olvida el furor del ágape y se pone al nivel de la pobreza de su criatura, porque en el amor el es más importante que el yo; si el amor es verdadero, el yo no se pone en un pedestal, sino a los pies del amado.

Jesús, mendigo de amor, mendigo sin pretensiones, conoce mi pobreza, conoce que solo en la pobreza soy yo mismo, y me pide la verdad de un poco de amistad.

Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio