Domingo I Cuaresma / B / 2018

Palabra de Dios

Leer la Hoja Dominical





Lectura espiritual

Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (Jn 21,16)

Hay en la Biblia una página extraordinaria relativa a Moisés y al becerro de oro (Ex 32,7-35). El pueblo, al ver que Moisés no vuelve del monte, decide hacerse un Dios cercano, visible, no se puede apostar siempre por el invisible. Dios monta en cólera al ver a su pueblo recaer en la idolatría más banal y decide exterminarlo, salvando únicamente  Moisés.

Pero Moisés nutre en sí desde siempre una espiritualidad de la protesta, un corazón de pastor, y se yergue delante de Dios, multiplicando los argumentos a favor de los hijos de Israel: dice que Dios no puede destruir a su pueblo porque los egipcios se burlarían de él, el libertador; después le recuerda las promesas hechas a Abrahán, Isaac y Jacob y apela a su fidelidad; por fin un último argumento: “Perdona su pecado; si no, bórrame del libro que has escrito”.

Moisés que ha visto los prodigios de Dios, abrirse el mar, la columna de fuego, el maná en el desierto, no ha adquirido aquella actitud que para nosotros resultaría normal, pero ¡para la Biblia no!: la de sumisión total a Dios. No dice al Todopoderoso, al go’el, al libertador: tú sabes, tú eres justo, haz lo que te diga el corazón.

Moisés no tiene miedo, no duda en llamar a juicio a Dios para expresarle su desacuerdo personal, para recordarle sus promesas; no duda en elegir la solidaridad con el pueblo (éste es el auténtico amor de pastor), en lugar de seguir a Dios, un Dios que se comporta como un tirano. Lleva en sí el olor de la grey: prefiero mi pueblo a mi misma vida; y hasta aquí lo podemos entender; pero además prefiero la vida de mi pueblo a tus planes… casi una blasfemia.

¡Prefiero a mi pueblo! La pasión por la persona que llega hasta la contestación del cielo. Pero la verdadera blasfemia consiste en anteponer la verdad teórica a la persona viva.

¿Cómo reacciona Dios ante tal audacia? Escucha y se deja emocionar, admira y aprende la pasión de Moisés, la hace suya. Entendida de este modo, la fe no es sumisión al destino, sino contestación de la historia.

La fe es pasión por el pueblo y sus travesías. Pasión por la justicia, por la libertad, por la vida. Capacidad de contradecir lo que sucede. Somos brazos abiertos y boca abierta para gritar, enviados al mundo. Boca de los pobres abierta para pedir razón y oponerse a la injusticia, a todo lo que da muerte y humilla a los hijos de Dios.

Ermes Ronchi: Las preguntas escuetas del Evangelio