Diumenge XXXIII durant l’any

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Se trata de un modo de orar muy simple -al tiempo que elevado- practicado y enseñado por los antiguos monjes de Rusia y Grecia. Consiste en repetir muchas veces, en voz baja o mentalmente, el santo nombre de Jesús. El nombre de Jesús no domina -como en la magia de las religiones arcaicas-, sino que apela a la Presencia de Cristo y, por Él, de la Trinidad.

El nombre significa y representa a la persona nombrada. Si se trata de una persona ausente, pronunciar su nombre evoca solamente su recuerdo; pero cuando se trata de Jesús resucitado -que nunca está ausente-, pronunciar su nombre con fe, con esperanza y con amor nos pone delante a la Persona misma del Señor, nos une a Él íntimamente. Y, como Jesús nunca está ocioso, obra con nosotros y en nosotros las maravillas de la salvación.

El orante logra así la propiedad de decirlo todo con una palabra, que es su nombre; el nombre de la Persona que condensa en ella misma todos los pensamientos posibles, con una cohesión literalmente nuclear que la hace a la vez inescrutable y fascinante. Santa Teresa de Ávila, a quien el nombre de Jesús lo dice todo, lo acompaña siempre con un signo de admiración, expresión gráfica del éxtasis: ¡Jesús! Y no se trata, como suponen los incrédulos, del comodín que emplean los cristianos cuando les falta una carta, sino del fuego de verdad que ilumina todo con una luz nueva.

Una santa de nuestros días parece retrotraerse y desear descubrir de nuevo el bendito Nombre. Porque, sin duda, resulta un privilegio el saber cómo se llama y, por tanto, poder dirigirnos a Él:

“Ya sé que mi deseo es osado, pero espero que no te sorprenda pues me conoces mejor que nadie. Si tú me has hecho y tu hija y me llamas por mi nombre, nada tiene de extraño que yo quiera saber el tuyo. ¡Dame a conocer tu nombre! Lo quiero para saberte y gozarte, para nombrarte y cantarte, para jugar contigo al eco en montañas y valles: dejarte libre y sentir que vuelves, que me envuelves y abrazas sin aprisionarme ni deslumbrarme. ¡Dame a conocer tu nombre! (Plegaria de la beata Margarita María López de Maturana 1884-1934]).

No dejemos de apreciar y agradecer el haber conocido el nombre del Salvador. Repetirlo será la oración más breve y despertará la verdad de su Presencia. Desde los primeros siglos del cristianismo se desarrolló esta práctica, tal como lo refiere san Macario, monje del siglo IV: “Cuando era niño, veía a las mujeres masticar el betel, para endulzar su saliva y adquirir un aliento agradable. Así debe ser para nosotros el nombre de nuestro Señor Jesucristo; si masticamos este nombre bendito pronunciándolo constantemente, aporta a nuestras almas toda la dulzura y nos revela secretos celestiales”.

Ricardo Sada
Consejos para la oración mental