Diumenge IV de QUARESMA / B / 2021

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Lectura Espiritu
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Dios  habita sumergido en el Gran Silencio. ¿Alguna vez hemos escuchado su voz, tal como la oímos a diario de nuestros prójimos? Dios habita en el silencio, y parecería que solo el silencio es capaz de expresarlo. En el más completo silencio tienen lugar los misterios de la gracia. La santificación que produce en el alma el agua del bautismo, o la transustanciación de las especies eucarísticas, se dan en el silencio más absoluto. Es verdad que oímos las palabras de la forma sacramental, pero el hecho mismo de la infusión de la gracia santificante en el neófito, o la llegad de Cristo al Pan y al Vino, tienen lugar de manera completamente silenciosa.

En la misma naturaleza, los acontecimientos grandiosos aparecen en silencio. La maravillosa armonía del universo, que se rige y gobierna por leyes matemáticas perfectas, es silenciosa. La savia circula silenciosamente por el árbol y este produce silenciosamente sus flores y sus frutos, y en silencio giran los planetas en sus órbitas. El hombre piensa sin hacer ningún ruido y el cruce de miradas de los enamorados no emite sonido alguno. Se trata de una sorprendente constante divina que hemos de admirar.

El silencio es condición para la vida profunda. Es el momento en que más somos nosotros mismos, el humus y la raíz de nuestra personalidad, el momento de nuestra mayor libertad. En el silencio somos nosotros mismos y en la disipación, otros. Desde el pecado de origen, el hombre es un ser enajenado. Cuando cedió, no solo fue expulsado del paraíso sino también de sí mismo, quedando expuesto a la tiranía del ruido y a las tinieblas. La Encarnación del Verbo y el consiguiente envío del Espíritu en Pentecostés le permiten retomar el camino de la interioridad. La gracia divina vuelve a traer al hombre desterrado las alegrías de la contemplación. El anuncio de la Palabra de Dios, la predicación dominical, el consejo o la corrección fraterna, serán pan nutritivo solo si proceden del horno del silencio.

El silencio no es, pues, ausencia, sino precisamente lo contrario: es condición para la revelación de una Presencia, la Presencia más intensa que existe y que tantas veces no percibimos a lo largo de los días y los años. El silencio es como el punto de inserción en la eternidad. Con el silencio se detiene el tiempo y se experimenta la duración sin ningún estremecimiento del espíritu. Se tiene una prueba de la inextinguible plenitud de la Vida de Dios frente a la diluida de las criaturas. Casi podría decirse que silencio y fe se reclaman mutuamente, porque dios habita en el silencio, se envuelve en el silencio.

Para mantener en marcha la vida interior es del todo necesario lograr tiempos de soledad y silencio. Para el silencio interior, como para el exterior, se necesita el desprendimiento. Cuando hay afectos prioritarios al amor de Jesucristo, entonces siempre habrá un ruido que nos impida la contemplación y el amor. Para lograr el silencio interior es necesario encadenar las pasiones y desprender el corazón. Ya no sabemos esperar ni estar en silencio (en cualquier espacio de espera la reacción inmediata es sacar el teléfono móvil).

Incluso en espacios favorable (como un monasterio) el silencio interior no viene dado por el solo silencio exterior (ejemplo de la radio encendida en el bolsillo). Para alcanzar la comunión en el silencio hace falta una labor indefinidamente recomenzada. Hemos de armarnos de paciencia y dedicar a ello arduos esfuerzos. Cuando por fin nuestra imaginación acepta colaborar y sosegarse, los momentos de profunda intimidad con Dios pagan con creces los esfuerzos que ha sido necesarios para darle espacio a Él.

El remedio no será, por tanto, la represión cuanto la sustitución. En otras palabras, un amor mayor. Dar a nuestro interior un tono alto en el amor y en la contemplación para que se acallen las otras voces. Manejar discretamente nuestra imaginación, desprender el corazón de todo afecto que estorbe el amor de Dios, hacer en nuestro interior más luminosa la contemplación y más ardiente el amor.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental