Diumenge IV de PASQUA / A / 2020

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Lectura Espiritual

Es verdad que orar es acoger una Presencia, pero hay diversas maneras en las que el Espíritu nos hace posible acoger esa Presencia, acoger al Dios presente. Son múltiples, y de muy diverso orden.

Una manera sería acoger la Presencia divina a través de las cosas creadas. Otra hacerlo sin ninguna mediación, es decir, directamente, en el interior de nuestros corazones. O bien, en el modo de su Presencia sacramenta, verdadera, real y sustancial en la Sagrada Eucaristía, así como también a través de la Palabra que ha querido dejarnos en la Escritura. Y por supuesto a través de la contemplación de la Santísima Humanidad de Jesús. O podemos acoger la Presencia divina que se da en los acontecimientos de cada día, en los encuentros con nuestros prójimos, en las situaciones de particular sufrimiento…

En cada uno de esos ámbitos, Dios nos invita al ejercicio de la fe. No nos importa insistir sobre lo mismo, porque los modos de hacerse presente Dios no son en sí mismo evidentes, ni mucho menos. Nuestro Dios es un Dios al que le gusta ocultarse, de modo que solo lo descubre quien verdaderamente desea hacerlo.

No lo encontraremos a través de los medios habituales de percepción: ningún microscopio, psicoanálisis, experimentación científica, escáner, plataforma de internet; ni tampoco a través de ningún deslumbrante raciocinio. El único instrumento  ̶ si nos fuera dado hablar así ̶  que puede detectar la Presencia divina es la fe  ̶ acompañada por la esperanza y la caridad ̶ , o, por emplear una expresión predilecta de los grandes orantes, la fe empapada por el amor.

Tú eres en verdad un Dios escondido. El único modo de hacerlo salir de su escondite es la fe amorosa. Ahí donde todos los otros medios resultan ineficaces, es tan solo la fe amorosa y confiada la que nos permite hacerlo presente. Él no puede ser encontrado y poseído sino por la apertura de un corazón empapado por la fe, fe que lleva al abandono y que culmina en la unión del amor.

Los signos a través de los cuales se nos revela Dios son particularmente tenues. Meros indicios, invitaciones sutiles que pueden suscitar de nuestra parte una libre adhesión.

Para asir la Presencia divina no se nos dispensará del acto de fe  ̶ muchas veces de fe pura ̶ , en completa oscuridad. Entonces, cuando abrimos los ojos de nuestro yo profundo, cuando el acto de fe es entrega y apertura, todo comienza a ser luminoso. O, mejor, aprendemos a movernos en medio de la luminosa tiniebla en la que Dios habita.

Repetimos: lo esencial de la oración no son los métodos, los consejos prácticos, la mucha o poca ciencia que logremos en los libros. El secreto es la disposición del corazón.

Si este está abierto al encuentro, deseoso de la búsqueda, abandonado en la confianza, con actitud de indigente que se sabe absolutamente incapaz, consciente de su miseria, aceptando plenamente su debilidad, deseoso de amar… entonces encontrará cauces para orar. Independientemente de su fervor o de su sequedad, de que le parezca descubrir algo o no descubrir nada, oír o permanecer sordo… esta persona se habrá abierto al Dios escondido y, sabiéndolo o sin saberlo, habrá hecho oración.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental