Diumenge IV d’Advent / A / 2019

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Lectura Espiritual

Para su viaje a Inglaterra, Benedicto XVI eligió como lema la frase que el beato Newman hizo gravar en su escudo cardenalicio: Cor ad cor loquitor. El corazón habla al corazón. En la homilía de beatificación, explica el Papa: “El lema del cardenal Newman nos da la perspectiva de su comprensión de la vida cristiana como una llamada a la santidad, experimentada como el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios”. La verdadera oración no es la que se hace solo con los labios, ni con la sola memoria, imaginación, inteligencia o afectos. La verdadera oración es la que surge del corazón, es decir, la que proviene de lo hondo del ser.

No es tarea fácil lograr esa hermosa meta, y menos aún en la era tecnológica que aprisiona en la extroversión. El hombre de hoy se distancia cada vez más del centro de su persona, del sitio donde encontraría el soporte desde el cual estructurar su yo y alcanzar la orientación de su vida. Carece del ancla en que asirse, el punto donde fijar el centro de gravedad de su espíritu y desde el cual salir al mundo para luego retornar, restableciendo las energías gastadas.

Los hombres miran las apariencias; Dios ve el corazón; explicó Yahvé al profeta cuando debía elegir al ungido. Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí, dijo Jesús con dolor, citando a Isaías. Son expresiones que hacen comprender el orar grato a Dios: el de profundis, el que surge de las entrañas, ahí donde habita el mismo Dios. Cuando se ora desde ese abismo, nuestro grito llega a lo más alto de la Majestad divina. Pero para llegar a lo más alto hay que descender a lo más bajo. Hay una correspondencia entre las profundidades del corazón y las alturas del cielo, que no hay que entender en el sentido físico, sino en el de un más allá que se alcanza a través del corazón. Pascal, ante los descubrimientos de Copérnico y Galileo -que mostraban el vacío en los espacios infinitos-, apela al dios oculto.

El psiquismo humano es un abismo de misterio. Al descender por él encontramos estratos, algo así como sótanos por los que vamos descendiendo más y más. Partimos de lo externo -los apetitos sensitivos- hasta el esquivo e incognoscible corazón -aquello que en el lenguaje bíblico llama corazón-, y es ahí donde el hombre interior puede advertir su propia riqueza. En cada nivel del psiquismo nos es dado establecer un nexo con el Creador, reforzar nuestra participación en su Ser y en su comunicar. Podemos orar con los sentidos externos -contemplando un retablo, por ejemplo, u orando en voz alta-. Podemos también orar con el cuerpo, a través de la penitencia, y entonces la materialidad de nuestros sentidos alabará al Creador. Orar también con los apetitos sensitivos, como cuando una música nos estremece de emoción o nos conmueve una estación del Via crucis. O bien, orar con los recursos de la memoria, trayendo al presente una frase del Señor. Y oramos con la potencia imaginativa, metiéndonos en las páginas del Evangelio o perfilando en nuestro interior el rostro de Jesús o la bellísima faz de María. Oramos también con las facultades puramente espirituales, cuando razonamos al orar o cuando nuestra voluntad se determina en algún propósito. Pero la oración que surge del corazón es la que Dios en último término espera, porque lo que Él busca es una identidad de fondo, la identidad con su propio corazón.

Ricardo Sada; Consejos para la oración mental