Diumenge III de PASQUA / B / 2021

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Lectura espiritual

4. LA MADRE
Viajar para encontrar espejos

Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía, a un pueblo de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre. Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó con voz fuerte: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura dio un salto de gozo en mi vientre. Dichosa tú que creíste, porque se cumplirá lo que el Señor te anunció. (Lc 1,39-45)

En cuanto sabe que también su prima espera un hijo, María corre a visitarla: necesita un espejo en el que reflejarse, un igual con quien dialogar para comprenderse.

Todos viajamos para encontrar espejos que nos ayuden a entender quienes somos.

Buscamos lo familiar en lo desconocido, mucho más que lo desconocido en lo familiar. Esta segunda búsqueda, la de lo extraordinario en lo ordinario, es propia de la madurez

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Felices en su encuentro, ignorantes del dramático destino que se cierne sobre sus hijos; piensan que, por pura gracia habrán servido a una buena causa. Saben que están habitadas, están iluminadas y que van a ser -ya lo son- fuente de luz.

Su alegría es tal que no piensan en nada ajeno a esa alegría de la que disfrutan. Así es la verdadera alegría: no piensa en el mañana.

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¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Es siempre la dimensión más íntima, también la más anónima y fecunda, la que posibilita la verdadera comunión entre las personas.  Se ha conmovido el cuerpo (de Isabel) antes de que hayan podido llegar las palabras, que solo sellan lo que el cuerpo ya sabe.

Las palabras que no nos mueven tienen el aspecto de palabras, pero en realidad no lo son. Todos estaríamos bien vivos y despiertos si oyéramos palabras como las de esta escena, conocida proverbialmente como la Visitación. Pero hay que estar preñado para escucharlas. Hay que estar gestando la luz.

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Para que cualquiera de nuestros encuentros fuera tan pleno como éste entre María e Isabel, todos deberíamos acoger antes a nuestro ángel, consentir un proceso de gestación y acallar en lo posible el incansable reclamo de la autoafirmación.

No e extraño que experimentemos un profundo desnivel entre lo que sentimos y sabemos y aquello que saben y sienten quienes nos rodean.

Esta falta de sintonía no es porque no lo entiendan, como solemos decir, sino más bien porque temen perdernos. Porque saben que esa misma llamada también podrían escucharla ellos, aunque bajo ningún concepto estén dispuestos a responder. La iluminación, aunque sea modesta, comporta por fuerza una buena dosis de soledad.

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Como tantos otros, este fragmento evangélico es una lección sobre el arte de meditar (de contemplar).

  • Lo primero que hay que tener en cuenta es que María se puso en camino: levantarse, buscar, iniciar la macha…
  • Lo segundo: las revelaciones bíblicas siempre se producen en una montaña: lejos de mundano, lo espiritual se hace más audible.
  • Y tercero: María saludó a Isabel. El encuentro con Dios nos viene siempre mediado por alguien. La dinámica espiritual funciona por trasmisión.

Juan i Jesús entran en contacto antes de nacer: nuestra historia ha empezado a escribirse mucho antes de que nosotros llegáramos a este mundo.

 

(Inspirado en el libro: Biografía de la luz, De Pablo d’Ors)