DIUMENGE II de Pasqua / C / 2022

La Paraula de Déu

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Una mirada artística a l’Evangeli del Diumenge, un gentilesa de l’Amadeu Bonet, artista.

 

Lectura Espiritual

PONERSE EN EL ÚLTIMO LUGAR
El movimiento espiritual por excelencia es bajar.

Una cosa es no buscar siempre los primeros puestos -nos decimos-, y otra muy distinta -nos decimos también- buscar por sistema lo más bajo. Ese regusto por lo despreciable nos genera perplejidad y rechazo. Podemos estar de acuerdo en lo importante que es bajar, puesto que es abajo donde están los necesitados. Pero, ¿por qué más abajo que nadie? Si Cristo, al lavar los pies de los suyos, escogió la figura de esclavo, ¿no será allí, en la esclavitud, donde mejor se le puede encontrar? ¡No, no, no!, protestamos. Queremos que se nos respete nuestra dignidad de servidores. Soy tu servidor, podemos llegar a decir, pero no, ciertamente, tu esclavo.

El único modo para acabar con los verdugos es aceptar ser las víctimas, ésta es la propuesta cristiana: terrible, malentendida, tergiversada… No se trata de buscar el último puesto para humillarse, sino de ir a él para redimirlo. No es cuestión de humillación sino de amor compasivo. Gandhi propuso lo mismo cuando planteó la no-violencia. Luchar por la justicia comporta estar dispuesto a sufrir las injusticias: solo sufriéndolas es posible cambiarlas de signo. La no violencia no consiste en no hacer nada (¡menuda estupidez!), sino en permitir que se haga (a costa de nuestro sufrimiento, no del ajeno). Porque si nosotros no sufrimos el mal ajeno, ¿quién lo va a sufrir? ¿Quién no tiene las claves para redimirlo? Sólo desde ese último lugar cabe poner la otra mejilla.

En la parábola del juicio final (tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…: Mt 25,35-45), lo que Jesús asegura es que él mismo es el mendigo, el enfermo, el encarcelado, el perseguido… (a mí me lo hicisteis). Nos invita a no hacer acepción de personas y, más aún, a reparar cómo en aquellos donde menos nos parecía que podría habitar Dios, allí está Él de modo privilegiado. De aquí se desprenden dos posibles lecturas. Una -necesaria, aunque más convencional-: sólo si en los últimos vemos a Dios, podremos estar seguros de poder verlo en todos los demás. Porque ver a Dios en los grandes benefactores de la humanidad, en los maestros iluminados o en los promotores de la justicia y de la solidaridad, no es difícil. Lo sobrenatural es comprender que está en el miserable, en el moribundo, en la prostituta, en el delincuente… Y dos, más escandalosa e imprescindible: no se premia a los justos por ver a Dios en el sediento o en el hambriento, sino por ver en el hambriento precisamente a un hambriento y en el sediento a un sediento y, en fin, por actuar con ellos por esta razón de forma humana y humanitaria. De hecho, quienes son elogiados por Jesús en este texto… ¡no son en absoluto conscientes de haberle reconocido en el desnudo, en el perseguido o en el enfermo!

Jesús está muriendo continuamente a lo largo de todo el evangelio, desde que nace. Él es consciente de eso: sabe que es la hora de la verdad, la hora que testifica la verdad para la que ha vivido.

Morir es el acto supremo de la vida, puesto que es el momento en que uno puede entregarse del todo. Al entregar la vida se demuestra el desapego total y, en consecuencia, la total libertad y, por ello, la verdadera humanidad, que acaba con todos los momentos y que los condensa: el último suspiro y la primera inspiración.

Este discurso sobre la muerte es muy pertinente en el contexto de la lógica del poder. Porque los poderosos suben, es decir, pretenden vivir lejos de la tierra, bajo la cual acaban todos los muertos. Así que tanto más poder tenemos, tanto más ignorantes de la muerte vivimos. Que no sea así entre vosotros, advierte Jesús (Mt 20,26). Que tu poder se traduzca en asunción de las necesidades del otro. Que seas el rey de la escucha. Para ello no te pongas en el centro, descubre que el centro no eres tú, alégrate de no ser el centro, descubre la maravilla de no ser el centro de todo, descansa por fin sin ser el centro… ¿No es maravilloso que los otros ocupen por fin su lugar y que tú estés por fin, tras décadas de andar perdido, sencillamente en tu sitio?

Pablo d’Ors, Biografía de la luz