Baptisme del Senyor / B / 2021

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Lectura Espiritu
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Uno de los desenfoques de la vida espiritual consiste en pensarla como la suma de eventos aislados, al modo de islas inconexas en medio del mar inmenso de cada jornada. La vida espiritual no ha de limitarse a momentos específicos en los que, en exclusiva, nos dedicamos a tratar intensamente a Dios.

No es algo así como lo que acontece con nuestros alimentos o nuestro sueño o nuestro trabajo: no comemos durante todo el día ni dormimos ni trabajamos las veinticuatro horas. Pero sí de continuo respiramos, y de continuo late nuestro corazón. De continuo también debemos orar: orad sin cesar, para que la vida interior no se extinga.

San Francisco de Sales, a una dirigida suya que le presentó un plan cotidiano de prácticas de piedad para que se lo aprobara, le tachó donde había puesto una hora de oración al día y le escribió veinticuatro.

La expresión oración constante no debe inducirnos a un error: no se trata de recitar oraciones sin parar. En realidad esta fórmula se refiere a un modo de estar continuamente junto a Dios, de dejarse habitar por Él, de vivir de modo consciente es inhabitación… Este estado no es habitual.

Un hermano cartujo que ha experimentado la oración constante me decía; “No somos dueños de ella”. Esto quiere decir que la decisión corresponde al huésped interior, al Espíritu Santo que arrastra a un mundo en el que no se puede sino callar, como cuando se apodera de nosotros una intensa emoción.

En la vida ordinaria la oración adquirirá la forma a que me refiero en un instante: se prosigue con la vida normal, pero hay algo en el interior que continúa silenciosamente unido a Aquel a quien amamos y que nos ama, una presencia amante que basta para llenarlo todo. Cuando ya no vivimos el uno con el otro, sino el uno en el otro, el que ora no es dueño de la acción que Dios obra en él y se limita a unirse a ese misterio cuyos límites no tiene necesidad de conocer. No pide explicaciones. “Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí”, dice el Cantar de los Cantares.

Nuestro modelo es, como siempre, Jesucristo. Cuando profundizamos en su mundo interior, advertimos que Él está de continuo en oración, ya que está siempre en la Presencia de su Padre.

El secretario al que Romano Guardini dictó las homilías que dieron lugar a su obra El Señor, manifestó que se quedaba impresionado al contemplar como se transfiguraba el rostro del teólogo a medida que se adentraba en la interioridad de Jesús. Esta es una de las intuiciones que Guardini comprendió con perfecta claridad, y que le servía de pauta para su propia existencia: “La persona del Señor está totalmente inmersa en oración”.

Ricardo Sada
Consejos para la oración mental